Camino por uno de los mayores horrores que pueden contemplar unos ojos humanos: un centro comercial. De repente, de detrás de una columna, aparece otra visión más espeluznante si cabe: una familia. Si, de esas de mujer lánguida, teñida y aburrida, marido tripero de jersey tono pastel por los hombros y niño rubio vestido a juego con sus padres. El criajo berrea de tal forma que hasta los Templarios retrocederían en la toma de Ascalón y corre con los calcetines caídos, flequillo al viento y sin más interés que molestar lo máximo posible, bajo la pasiva mirada de los bípedos que son sus padres. De repente, el niño que hace que el de La Profecía parezca Vicente Ferrer, se pega un hostión impresionante. El bípedo femenino corre hacia él con desgana y el otro masculla un "Estoy hasta los cojones, Borja", mientras otros transeúntes miran de reojo. Permanezco ante la escena lo justo para ver que el niño, que berrea más si cabe, no tiene nada grave e inmediatamente pienso: "Buf, eso es 1D6 +2 de daño...o hace un esfuerzo curativo o entra en maltrecho..."
Esto es lo que tiene el rol. Y no es que esté loco -al menos lo justo- pereo es que la realidad es tan...sumamente fea, que estas desconexiones de lo real, hacia Lo Real (atentos una vez más a las mayúsculas) que supone el rol son ya algo más que una huída evasivamente romántica. Es una jodida tabla de salvación.
En un mundo, en un país, donde si trabajas diez horas al día, a cuatro euros la hora, es motivo de celebración y jolgorio, dónde si te paras en un paso de peatones con el coche te dan las gracias y si te descuidas te pone el que cruza en el libro de familia, dónde la única prioridad, socialmente impuesta manu militari a través de generaciones, tiempos y épocas es llegar a fin de mes, el rol supone algo más que un jueguito de fantasía con unos daditos y unos frikis que comen chuches y beben cola alrededor de una mesa. Es algo más. Tiene que ser algo más. Acabo de oir a Ana María Matute decir en su discurso del premio Cervantes que si un día alguien se encuentra, o cree ver a un ser de los cuentos, que se lo crea. Que crea en él. Os prometo que no descarto encontrarme un día con un elfo por el bosque (un día ví uno, pero en una situación difícil de explicar) y que siempre que cae la tarde y estoy por el monte intento vislumbrar una ciudad Eladrín, de esas que están a medio camino entre dos mundos, lejana, brumosa, húmeda...
¿Que estoy loco? que quereís que busque en un monte ¿Un Zara? ¿Una FNAC ? no. Tengo que buscar algo que me devuelva a esa realidad Ideal, ese mundo de las ideas de Platón dónde la imaginación viste mayúsculas y nosotros sólo podemos traerla a este plano de la forma más pura. Eso lo hace el rol. Eso es rol. Y somos unos privilegiados por poder recurrir a él.
pd: los padres del niño le compraron una pócima de recuperación en un Mcdonald cercano mientras yo tenía dudas en hacerle una Presa del cazador...
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