(Algunos amiguitos me piden que les diga cosas de como veo yo lo del "supuesto" fin del mundo que acontecerá, afortunadamente espero, este 21 de Diciembre. Mi anhelo es que suceda algo que sea distinto al fin del mundo que vamos viviendo, por fascículos, en cada telediario. Hoy, en la partida de Dragon Age que hemos jugado en Generación X, mi amigo David Gregoris ha sacado el tema y con anhelo y risas me ha dicho que ójala los Mayas acierten. Antes había leído una portada de un periódico en el que se decía que más de la mitad de la población española pide trabajar por sueldos inferiores al salario mínimo y con despidos de veinte díass por año. Y para remate ayer, Lunes 6, fue mi cumpleaños. Así que no quedaba otra que hablar, una vez más, del fin del mundo. Lo que viene a continuación lo publiqué en un periódico no hace tanto y después lo metí en Kippel, el blog que comparto con mi conspiranoico amigo Frank G. Rubio. Espero que lo disfruteis.)
Y EN EL FIN DEL MUNDO TODOS
Veo una foto por internet en el que varios indios amazónicos, muchos de ellos con espectaculares tocados de plumas, indicando con orgullo que son reyes y jefes de tribu, aparecen con cara de sorpresa. En el centro de la imagen, uno, más anciano que los otros, cabizbajo, tapa su cara con una mano y en un gesto de congoja, llora. Es un jefe indio Kayapó y llora porque la presidenta de Brasil ha dado luz verde a la construcción de una planta hidroeléctrica en mitad de la selva amazónica, justo donde viven esos indios, y que anegará el equivalente en kilómetros cuadrados de la comunidad de Madrid. Más allá del dato o incluso del sentimiento de pena que nos puede generar (o no) una cosa es evidente: A esa gente le ha llegado su particular Fin del Mundo. No hace falta que lo diga Nostradamus, Los Mayas, el Horóscopo de Maria Teresa Campos o que un meteorito aparezca en los radares de la Nasa en rumbo de colisión con nuestro planeta antes verde y azul. Es su Fin. Y además por agua, como manda la tradición judeo cristiana. No se podía esperar otra cosa de un país dónde un enorme Cristo preside una de las ciudades más violentas y desarraigadas del planeta: Río de Janeiro. Por si a alguien le queda alguna duda, y si sobrevivimos al 2012, el Papa Ratzinger dará un concierto de los suyos por allí en el formato JMJ. Por supuesto, no hará nada –no lo ha hecho aún- por ayudar a esa pobre gente que será expulsada de sus casas y de su selva y de la que morirá contagiada por los virus de los que allí vayan en masa a trabajar en la fábrica o de aquellos que mueran hartitos de agua sin saber porqué, porque ni siquiera han visto nunca a un ser humano blanco. Pero eso sí, Brasil va bien. Es uno de los países que más crecerá en el futuro y hasta está ayudando a la crisis de deuda europea… con el armario –en este caso la presa- llena de cadáveres…
Y mientras que estas cosas pasan hay gente que se pregunta si el Fin del Mundo es este año que acabamos de comenzar. El Fin del Mundo ha ocurrido ya, pero no nos hemos dado cuenta. Lo que pasa es que estamos distraiditos, como si fuéramos niños que no nos quisiéramos sentar a comer y nuestros papis nos pusieran la tele para ver si entretenidos con los dibujos animados dejamos de darles el coñazo y terminamos la sopa. Y esto que acabo de decirles no es un ejemplo baladí, es una metáfora mucho más real de lo que parece. Cuando la prioridad de todo el planeta, repito, de todo el planeta, es llegar a fin de mes, pueden pasar, están pasando, las pesadillas más infames. Y esperamos, con los ojos muy abiertos, que alguien mueva la varita mágica y saque no sé que mierdas de que infame chistera que nos devuelvan la fe en el ser humano o al menos algo de dinero a nuestra cuentas corrientes. E incluso votamos por esas opciones políticas, para, al poco tiempo, descubrir que no existe ni varita ni chistera ni conejo y que el truco nos lo conocemos de principio a fin. Es imposible que alguien nos devuelva el orgullo de ser humanos, el sentido común de una raza que se dice superior o que simplemente pare la inercia en la que nos hemos metido todos, de España a Brasil, porque hemos sido nosotros mismos los que hemos renunciado a esos valores mientras escuchábamos a otros decirnos que eran ellos los únicos válidos para dárnoslos. Ahora es tarde y esos cabrones nos han fastidiado pero bien. Y este es nuestro Fin del Mundo. Bienvenidos a él, porque hemos luchado mucho para alcanzarlo y no hemos parado hasta conseguirlo.
Quizás alguien piense que se puede hacer algo. A lo mejor si. Unas cuantas tribus de las que van a sucumbir al agua han dicho que se van a levantar en pie de guerra. Supongo que será más bonito morir cuando tu lo elijas defendiendo lo justo y lo tuyo que cuando otros te lo impongan en aras a hacer un mundo “más feliz” a las agencias de calificación. Ese sí que será un gran Fin del Mundo.
Enrique Freire
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