Frikis, reuníos!

El mundo es de los frikis. Todo el mundo lo sabe, pero prefieren ignorarlo y continuar con sus vidas, familias, hipotecas, convencionalismos sociales y lobotomías varias. Ellos disimulan, nos miran de reojo, con recelo. Saben que lo sabemos. Tenemos el control... de nuestras mentes, que ya es pedir mucho.

jueves, 15 de agosto de 2013

Guerra Mundial Z: la reseña definitiva

No me he animado a ver la peli, así que he estado atento a las reseñas de la misma. Me resultaba curioso que el aspecto de "family-feber" del cartel en el que sale guay Brad Pitt como enérgico y preocupado padre de familia no tuviera una continuidad en la película. Este pasado fin de semana estuvimos mi novia y yo con Frank G. Rubio en su refugio de las montañas madrileñas, donde nos comentó algunos de los arquetipos metidos con calzador en Guerra Mundial Z, así que le dije que en cuanto lo publicara me haría eco en el blog. Pues lo prometido es deuda.

GUERRA MUNDIAL Z (la película)

Por Frank G. Rubio, publicado originalmente en nuestro blog http://kippel.blogs.generacion.net/


Dirigida por el perpetrador de la peor película de la serie Bond, hasta ahora realizada, y producida por, y protagonizada para mayor gloria de, Brad Pitt ya de entrada era difícil esperar sorpresa agradable alguna. Al menos por el lado de lo que buscamos los aficionados al cine de género (un mínimo de originalidad en el tratamiento de nuestras muy queridas y recurrentes temáticas), más con relación al peculiar subconjunto consagrado a los “muertos vivientes”, tan apocalípticos y arquetípicos ellos. Por lo demás cada día más devaluado este mitema por elaboraciones de muy exigua calidad. Aun recuerdo con prevención las aportaciones prescindibles de Danny Boyle y Fresnadillo (¡con lo que prometía este chico!) o la última e insoportable variante de El último hombre vivo. Es un género que huele ya, con las excepciones de rigor, a putrefacto como puede comprobarse visionando las últimas aportaciones del maestro Romero; aguardando quizás, me volveré optimista, la llegada de alguien joven y rompedor que de al asunto un nuevo giro de tuerca.

No es el caso, claro está, de la película dirigida por Marc Foster que dice inspirarse en la novela de Max Brooks con la misma precisión, sospechamos los que la hemos leído, con la que los discursos de Obama o Rajoy se refieren al mundo real.
La película, costosa y difícil de terminar por numerosas vicisitudes que no viene al cuento relatar, forma parte del “cine familiar” (la palabra “blockbuster” me parece repugnante) engendro elaborado por Hollywood para conseguir una innumerable multitud bípeda, puramente informe y multicultural, como audiencia y colocar todo tipo de lugares comunes, más o menos subliminales y edificantes, de corte ideológico y estupefaciente en el mayor número de agonizantes cerebros. Spielberg es el Einsenstein de esta variante del engaño sistemático, originada muy posiblemente con los autos sacramentales en el Barroco. Salvando las distancias que son ingentes.
El film, netamente apocalíptico en ocasiones y en linea con el inefable y prescindible Emmerich, comienza con un atasco de tráfico en la seminal ciudad de Filadelfia. Recuerdo al lector que así comienza el colapso de nuestra civilización en la olvidada e inteligente obra de Roberto Vacca, publicada por Editora Nacional en 1976, La morte di megalopoli (La muerte de Megalopolis).
Nos encontramos de lleno, y no por azar, en el mundo de los arquetipos refutando con ello los comentarios de algunos críticos que comentan no haber percibido mensajes ocultos, ni segundas intenciones como sí dicen encontrar (sic) en las producciones del “cine independiente”.
Los mensajes no están nada escondidos, cierto, pero son significativos. Nuestro protagonista es un hombre de familia con dos hijitas preciosas casado con una pelmaza cuya afición al móvil casi lleva a mal termino la misión costando unas cuantas vidas en el camino, trabaja en la ONU y es amigo de su Vicepresidente que, lo habéis adivinado, es obviamente negro. Quise decir afroamericano, con perdón. El gobierno USA ha desaparecido y todo está en manos de los militares que clasifican a la gente como ganado, por su bien claro está, cosa que se vive con encomiable candidez y resignación (“civismo”) por los receptores. Hasta ahora, más o menos, la realidad a pie de tierra de la Norteamérica post-11S. Tras ser rescatados se une a la familia maravillosa acosada por los zombis, que no son otra cosa que gente de la calle rabiosa por mor de un virus (quizás el “Crisis Pandemicus”), un niño mejicano procedente de una familia de inmigrantes ilegales que añade, sin duda, el necesario aporte genético a la matriarcal unidad de destino en lo universal-global que protagoniza este bodrio. Otro toque nauseabundo de buen rollito “políticamente correcto”.
Buscando el origen de todo el entuerto se desplaza a Corea de aquí, tras revelaciones oscuras y acción trepidante, es remitido a Israel donde el Mossad ya estaba enterado de todo y había edificado un muro en torno a Jerusalén para proteger manu miltari a multitudes exultantes de abrahamismo congénito; otro virus multidimensional y global de difícil erradicación, añado melifluo. Aquí asistiremos a “magnificas” escenas infográficas, en la línea de las abominables entregas de El señor de los anillos, donde multitudes inerradicables y rabiosas asaltan tan sagrado enclave definitorio de nuestra civilización, mientras nuestro héroe huye en un avión de Bielorrusia acompañado de una militar israelí modélicamente virilizada, como mandan los cánones de la androginia eugenésica. que diría Pilar Baselga, de nuestros vendidos, a la gente legumbre e insecto de un lejano y subterráneo pasado, clanes de la clase dirigente. Todo tendrá resolución gozosa y salvífica en Gales, en un laboratorio donde conservan un ejemplar de nuestra entrañable y africana Eva mitocondrial zombificada y con ganas de morder. La clave: infectarse con enfermedad para evitar el virus. Lo previsto: masacrar y quedarse con el antídoto.
La domesticación del zombi, que ya formaba parte como “valor” de las entregas postreras de Romero, prosigue hasta el punto que pronto el muerto viviente coincidirá con el ser humano normal: el hombre sin atributos propio de la muchedumbre solitaria multicultural e infecta que puebla las megalópolis del siglo XXI. Nuestros “hermanos”.
Un crítico de buena fe aunque algo despistado se queja: lo que más me molesta al respecto, es que hayan continuado con la domesticación al zombi para hacerlo un producto familiar, como ya se viene haciendo desde hace unos años. ¿A qué me refiero con esto? A que el zombi se ha convertido en una criatura inocente, no en el sentido de que no haga daño, si no que cada vez es menos explícito.
Entérate guapo: El zombi somos nosotros, vistos desde su perspectiva World Wide Fund amante de las verdes praderas. Las escenas finales, nada inocentes de recuperación del señorío humano a golpe de rifle, lanzallamas y tanqueta; la reconquista de Moscú y las multitudes zombies deambulando por lugares repletos de mezquitas (¿la meca?), no parecen nada inocentes aunque no estén “ocultas”.
Bodrio pues indescriptible, que dará mucho dinero y atornillará aun más las mentes-letrina de los “espectradores” a las imbecilidades de la agenda globalista. La combinación de Bernays, con Zuckerberg y

Gramsci, sigue funcionando. Hechizos baratos en el umbral de la incineración…






 

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